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(over 3,000,000 expelled
and displaced; 95% total)

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(over 100,000 expelled, over
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Confinamiento de germano-estadounidenses, junto con población de ascendencia japonesa e italiana, en campos de ‘reubicaciÓn’ de Estados Unidos

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Versión castellana de: Ernesto W. Weigandt

CÓMO CITAR ESTE ENSAYO ACADÉMICO: Instituto para la Investigación del Desplazamiento Forzoso de Poblaciones Germanas. “Confinamiento de germano-estadounidenses, junto con población de ascendencia japonesa e italiana, en campamentos de ‘reubicación’ de Estados Unidos” http://expelledgermans.org/germaninternment.htm (accedido: día - mes - año).


El presente ensayo consiste en un análisis comparativo de las vivencias que experimentaron personas de etnia germana, italiana y japonesa impuestas por el gobierno de Estados Unidos entre 1941 y 1948, en base a un examen de la historiografía existente en la actualidad. Se enfoca especialmente en las muchas contradicciones e interrogantes que surgen en cuanto a la motivación del gobierno para escoger a cierta población a escala como lo hizo, y por qué decidió perseguir en menor grado a personas germanas e italianas que a japonesas.


Amparado en el decreto 9066, emitido después del bombardeo de Pearl Harbor en 1941, el gobierno de los Estados Unidos erradicó de la costa del Pacífico a casi 120.000 residentes de ascendencia japonesa, desplazando a dicha población a más de 27 “centros de reubicación” en más de 30 estados (Toye, 35). Casi setenta por ciento de esas personas eran de ciudadanía estadounidense, naturalizadas o nacidas en el país (DiStasi, 112). Toda esa población, menos unas 7.000 personas –más del noventa por ciento—fueron erradicadas en función de una política que apuntaba al conjunto de la identidad japonesa: se confinó a nacionalistas junto con ex soldados del ejército japonés, hombres de negocios estadounidenses, madres solteras e infantes (Connell, ix). Al mismo tiempo, el FBI orquestó el traslado de 2.264 personas de etnia japonesa desde Colombia, Perú, Chile y Panamá a campamentos de Estados Unidos (Friedman, 2 y ix). Simultáneamente, el gobierno de EEUU vigiló, arrestó y confinó por lo menos a 10.905 personas de etnia germana y 288 de ascendencia italiana junto con las japonesas (Krammer, ix). Más de 4.058 personas de etnia germana fueron trasladadas de Sudamérica y confinadas en campos especiales hasta su deportación con destino a Alemania. Las personas en confinamiento estaban aisladas del público estadounidense, bajo custodia, sometidas a reeducación y programas de ‘americanización’ , obligadas a jurar lealtad a Estados Unidos bajo interrogatorio, estando restringido abrumadoramente su derecho a juicio y defensa. En vista de que las personas en confinamiento ostentabaan profesiones diversas, pertenecían a diferentes etapas etarias e incluían a virulentos nacionalistas al mismo tiempo que autodenominados patriotas yanquis, se deduce que el programa de confinamiento apuntaba a residentes por su etnicidad más bien que por cargos criminales que pudiera haber en su contra.

Estos sucesos son bien conocidos, en gran parte, por las personas que estudian la historia de las colectividades asiática, italiana y alemana en EEUU, quienes en general consideran que el confinamiento en campos de concentración constituye un capítulo oscuro en el devenir histórico de EEUU, época en que se suspendió el debido proceso y se puso la mira en colectividades enteras por su identidad étnica. En lo que hay menos acuerdo es por qué el gobierno decidió erradicar a ‘nacionalidades enemigas’ de la manera como lo hizo. Mediante un rastreo de las principales investigaciones actuales sobre la colectividad japonesa, la germana y la italiana, la presente ponencia analiza las diferentes interpretaciones sobre la motivación de la política de confinamientos y por qué se seleccionó a las ‘nacionalidades enemigas’ de la manera como se hizo. Debido a que la política de confinamientos afectó a todas las ‘nacionalidades enemigas’, la investigación sobre la colectividad japonesa debe considerarse junto con la indagación sobre la germana y la italiana. La ponencia también analiza algunos interrogantes sin respuesta que inducen a una investigación adicional. El ensayo se divide en las cuatro principales causas de confinamiento que se reconocen en la historiografía: seguridad nacional, racismo, geopolítica en tiempos de guerra y ‘autoctonofilia’ (xenofobia) estadounidense. Cada sección, a su vez, está dividida en apartados relativos a población japonesa, germana e italiana. Según la mayoría de eruditos, el confinamiento en campos de concentración no se puede considerar solo como producto de la histeria en tiempos de guerra o un sistema de discriminación racial contra gente japonesa de parte del gobierno ‘blanco’ de EEUU. La raza era solo uno de los factores que motivaron el confinamiento que se impuso en contextos específicos, factor que incluso se dejó de lado cuando el gobierno vislumbró que, al hacerlo, podría cosechar beneficios económicos o políticos para EEUU. Se confinó a personas de todas las razas, no simplemente por su identidad racial, sino porque el gobierno ‘autoctonófilo’ las consideraba prejuiciadas contra EEUU. El programa de confinamiento estaba diseñado para aislar a ‘nacionalidades enemigas’ bajo sospecha, comprobar sus credenciales pro-EEUU, y modelar a la población en confinamiento como ciudadanos auténticamente estadounidenses.

Cuando se comparan los casos de la población germana, italiana y japonesa, quedan en evidencia una serie de contradicciones en la política estadounidense de confinamiento que plantean ciertos interrogantes. En EEUU se erradicó a casi la totalidad de la población de etnia japonesa con ciudadanía o sin ella. Aun cuando muchas personas germanas e italianas contaban con ciudadanía estadounidense, el confinamiento de nacionales de Europa se enfocó en personas extranjeras ilegales. Diversos sectores de erudición alegan que la población japonesa fue víctima de un confinamiento desmedido motivado por el racismo del gobierno ‘blanco’ estadounidense contra las minorías asiáticas. Sin embargo, otros sectores señalan que la amplia mayoría de personas arrestadas para su erradicación fueron ‘blancas’. Más del sesenta y cuatro por ciento de las personas desalojadas de sus casas por el FBI después de 1939, bajo amenaza de confinación, provenían de ‘nacionalidades enemigas’ europeas (Gloria Lothrop, “Unwelcome in a Free Land,” in DiStasi, 162). La mayor parte de publicaciones aducen encuestas contemporáneas en las que se indica que el público estadounidense le temía más a personas de ascendencia germana en su medio que a las asiáticas (Krammer, 57). De manera semejante, se arrestó a muchas más personas germanas que japonesas en Latinoamérica, lo que ascendió a la cantidad de 4.058. A diferencia de la etnia japonesa, la germana e italiana fueron erradicadas durante época de paz, antes de 1938, mientras que la mayoría de la etnia japonesa no fue un objetivo sino hasta que se declaró la guerra contra Alemania y Japón tres años más tarde. A diferencia de personas japonesas, que fueron liberadas en 1945, la mayoría de gentes alemana en confinamiento no fue liberada hasta tres años después de la guerra. Luego de su liberación, a la mayoría de la etnia japonesa se le permitió integrarse a la sociedad, siendo patrocinada por el gobierno como población ejemplarmente estadounidense. En cambio, las personas germanas e italianas fueron confinadas en campos muy diferentes, diseñados para albergar a prisioneros de guerra, conforme a la pertinente Convención de Ginebra. A diferencia de la mayoría de japoneses, las personas germanas e italianas en confinamiento eran consideradas ‘inamericanizables’ , por lo fueron deportadas. Esto se complicó aún más porque la mayoría de la comunidad italiana fue liberada para integrarse a la sociedad estadounidense durante la guerra, en 1942, en el ‘Día de Colón’ . Debido a estas diferencias, en medios historiográficos se considera mayoritariamente que solo el racismo no explica por qué el confinamiento de campos de reclusión se produjo de la manera en que sucedió. La gente experta en historia tiene pendiente explicar estas diferencias. ¿Cuál fue la causa de experiencias tan diferentes en el caso de gente japonesa, germana e italiana? ¿Por qué se consideraba ‘americanizable’ a la etnia japonesa mientras que la población ‘blanca’ en los campos de confinamiento era considerada irrevocablemente foránea? Para alcanzar algún grado de respuesta, debemos hacer exégesis de la interpretación que ofrece la erudición histórica contemporánea sobre la función que cumplieron la seguridad nacional, el racismo, la geopolítica en tiempos de guerra y la autoctonofilia estadounidense con respecto a cada grupo étnico.

La mayoría de personas eruditas en la materia considera, por sobre cualquier otro enfoque, que el programa de confinamiento fue provocado por la necesidad de prevenir la subversión en tiempos de guerra total. La mayoría de estadounidenses temía que la principal amenaza era interna (Fox 1990, 2). Aunque se admita en el ambiente de estudios históricos la importancia del factor raza en la erradicación de poblaciones supuestamente peligrosas, se reconoce que el confinamiento fue ante todo una medida de seguridad. Las ansiedades provocadas por la guerra forzaron al gobierno de EEUU a categorizar, individualizar, vigilar y someter a grupos humanos que pudieran ser un peligro para la integridad nacional. La mayor parte de publicaciones comienzan analizando el rápido aumento de vigilancia de la vida cotidiana de la población estadounidense por parte del gobierno después de 1936, bajo la férula de J. Edgar Hoover. Al quedar en evidencia que EEUU iba a implicarse en la guerra total contra el Eje, los informes de espionaje empezaron a categorizar a las personas sospechosas según su ascendencia étnica o nacional. Las colectividades germana, japonesa e italiana –trátese de personas ciudadanas como también extranjeras—fueron redefinidas como ‘nacionalidades enemigas’. La mayor parte de los escritos describe una fuerte atmósfera de miedo y suspicacia entre la población estadounidense y su gobierno sobre el surgimiento de ‘quintas columnas’ en Estados Unidos. El gobierno temía que personas germanas, japonesas e italianas pudieran socavar el esfuerzo bélico o dejar de prestar servicio, de alguna otra manera, a la campaña militar de EEUU en tiempos de crisis. En vista de que la etnia italiana dominaba la industria costeña de la pesca y el transporte marítimo, y simpatizaba en general con Benito Mussolini, Washington temía que extranjeros italianos pudieran proporcionar información estratégica de espionaje a agentes foráneos en los puertos estadounidenses. De parecida manera, el gobierno de EEUU se encontraba en situación extremadamente vulnerable a causa de que la mayoría de la población japonesa vivía en la costa del Pacífico y en Hawai, donde se lanzó el conato de invasión japonesa. Como señalan diversas publicaciones, había muchos extranjeros alemanes muy activos en organizaciones pro-nazis, como por ejemplo el ‘German American Bund’ (Liga Germano-Estadounidense), Teutonia y la Silver Legion (Legión de Plata), que recibían fondos directamente del Tercer Reich. Estos factores hicieron que las contingencias de seguridad fueran un ingrediente de supervivencia. En medios académicos, la mayoría destaca el hecho de que el gobierno estaba especialmente preocupado en cuanto a extranjeros ilegales procedentes de países del Eje porque no era posible determinar su lealtad a EEUU. Sobre todo, se puso la mira para su confinamiento en ciertas personas debido a lealtades nacionales ambiguas, más bien que por la simple razón de su ascendencia étnica. A los ojos del presidente Roosevelt y las agencias de vigilancia, la urgencia de la guerra total imponía la necesidad de que se suspendieran tradicionales prerrogativas legales de protección, como el debido proceso y el derecho a la defensa. A fin de separar debidamente a estadounidenses leales de nacionalidades enemigas, el gobierno tenía que encontrar nuevas estrategias para proteger la seguridad nacional.

A medida que nubes borrascosas amenazaban a Europa y Asia, el FBI, la OSA y el INS determinaron que era posible reubicar los ‘riesgos de seguridad’ en lugares remotos y en un medio controlado, donde pudieran ser vigilados con sumo cuidado, previniendo así la ejecución de actos de sabotaje. Muchos campamentos fueron construidos ex profeso en lugares aislados, como por ejemplo en Fuerte Missoula, Montana, para población italiana, y en Manzanar, en la periferia de Death Valley, para población japonesa. La mayoría de gente experta en historia reconoce que el confinamiento se aplicó como medida de seguridad temporal, más bien que como un modo de confinar sistemáticamente a grupos étnicos al estilo de los campos de concentración nazis o los GULAG soviéticos. Stephen Fox es uno entre muchos historiadores que distingue entre campos de confinamiento y centros de reubicación. Como medida de precaución, personas germanas e italianas sospechosas de subversión debían ser internadas temporalmente en campos de confinamiento, lugares donde no estarían en condiciones de colaborar con agentes extranjeros, hasta que EEUU estuviera a salvo al fin de la guerra.

En contraste, las personas niponas fueron recluidas en lo que el gobierno denominó ‘centros de reubicación’. Estos campamentos se establecieron para ubicar temporalmente a nacionalidades enemigas lejos de la vulnerable zona costeña, en el remoto interior, donde se pudiera regular sus actividades y fuera posible verificar su lealtad. En esencia, los campos de reubicación eran centros de depuración donde funcionarios de investigación e inmigración determinaban quién tenía credenciales para formar parte de la sociedad estadounidense en medio de nacionalidades enemigas. A diferencia de personas confinadas de ascendencia germana o italiana, a quienes por lo general se descartaba de la posibilidad de ser ‘americanizadas’, a las niponas se les exigía renunciar a su lealtad a Japón. Takashi Fujitani y Howard John consideran los centros de reubicación como una forma de rehabilitación para ‘nutrir’ a la población sospechosa en su crecimiento para ser auténticamente estadounidenses. Mediante el llenado de cuestionarios, tomando pruebas de ciudadanía y estudiando historia estadounidense, las personas niponas confinadas eran expuestas a las libertades e individualismo que definen la identidad estadounidense (John, Fujitani, 82 y 127). Karen Riley describió los campamentos como experimentales ‘comunidades planificadas’, donde la población interna podía aprender valores sociales estadounidenses. Después de una exhaustiva reeducación, bajo guardia armada, la mayoría de las personas niponas eran capaces de demostrar su ‘americanidad’ y reintegrarse a la sociedad estadounidense para 1945. Muchas fueron puestas en libertad muy pronto. De manera semejante, la población ítala confinada fue puesta en libertad en 1942, después de que el gobierno constató que no era una quinta columna anti-yanqui. Al final, el programa de reclusión temporal se libró de personas ítalas y japonesas por medio de la deportación y se aseguró la ‘americanidad’ del resto de gente confinada por medio de la reeducación. Se eliminaron así las amenazas a la seguridad nacional, mientras que nacionalidades potencialmente peligrosas eran rehabilitadas para constituirse en ciudadanía estadounidense leal. Por cuanto el gobierno de EEUU no consideraba a las personas confinadas de ascendencia germana aptas para ser ‘americanizadas’, se procedió a deportar a la casi totalidad.

Debido al propósito subyacente de los centros de reubicación y campos de confinamiento, la mayor parte de historiadores interpreta la ofensiva gubernamental contra nacionalidades enemigas como medidas de seguridad más bien que una discriminación racial sistemática contra minorías. El confinamiento ha de considerarse una estrategia temporal con el fin de aislar a las nacionalidades enemigas de lugares vulnerables e instalaciones militares, verificar la ‘americanidad’ de las personas confinadas e inducirlas a ser ciudadanos estadounidenses íntegros después de obtener la libertad. A ojos del gobierno estadounidense, la etnicidad japonesa, germana e italiana no ameritaba castigo o segregación, pero sí daba a entender que podían ser un peligro a la seguridad. Estigmas raciales, como los del gobierno ‘blanco’ contra minorías asiáticas, se podían dejar en suspenso tan pronto como se verificara la lealtad de las nacionalidades enemigas para con los Estados Unidos y se hubiera absuelto los cargos de espionaje. Tal fue el caso de la población italiana y japonesa después de su puesta en libertad en 1942 y 1945. Con todo, como observa la mayoría de docentes de historia, el gobierno de EEUU se basó en categorías étnicas a fin de determinar quién podría ser un peligro para la seguridad nacional. Sin categorías étnicas no se podría haber individualizado a las personas como nacionalidades enemigas y pasibles de ser excluidas. Por la dicha razón, es preciso analizar la manera como la erudición interpreta la incidencia del factor racial en inducir la política estadounidense de confinamiento.

El factor racismo, los estereotipos y la ‘alteridad’ étnica son temas presentes en la historiografía sobre confinamiento, en particular para el caso de la población japonesa. Ya que el gobierno de EEUU puso la mira tanto en extranjeros ilegales como en ciudadanos nativos, las publicaciones arguyen en general que las personas por recluir eran elegidas en función de categorías exclusivamente raciales o étnicas. A los ojos del gobierno, la persona de ascendencia japonesa era de nacionalidad japonesa, independientemente de que viviera en Perú, Tokio o San Francisco. En otras palabras, una persona de ascendencia germana, japonesa o italiana no podía zafar de su nacionalidad enemiga por más ciudadana que fuera. Debido al presunto nexo entre las personas y la nacionalidad con que nacieron, se las asociaba automáticamente con las actividades de su patria de origen. Es decir, las personas ítalo-estadounidenses, germano-estadounidenses y japonesas estadounidenses eran cómplices de la beligerancia de las potencias del Eje. La propia etnicidad determinaba quién era objeto de sospechas, más bien que las actividades personales, o imputaciones criminales o la afiliación política. Este factor permite explicar por qué el gobierno de EEUU usaba la locución ‘extranjero enemigo’ casi como sinónimo de ‘nacionalidad enemiga’. Aun cuando una persona de etnia nipona hubiera nacido en EEUU (y no era, por tanto, un extranjero), la nacionalidad de origen determinaba su situación de extranjera, antiestadounidense y peligrosa. Casi toda la comunidad historiográfica está de acuerdo en que la categorización racial y nacional coadyuvó a que se produjera el confinamiento.

Sin embargo, esto no quiere decir que los diferentes grupos humanos fueron erradicados por su raza. En caso de llegar a la conclusión de que el confinamiento fue consecuencia de racismo, surgen varios problemas. Si consideramos a los Estados Unidos como un país ‘blanco’ que perseguía a quienes no lo eran, como la población de raza asiática y africana –que es la postura de muchos historiadores-- ¿por qué entonces EEUU aplicó los mismos mecanismos de vigilancia, de listas negras, de discriminación y de exclusión a poblaciones que clasificaba como parte de la raza blanca? De igual manera, si el confinamiento de la etnia nipona era un caso en que una nación ‘blanca’ individualizó a una comunidad asiática sobre bases raciales, ¿por qué EEUU no accionó contra otros grupos étnicos a los que consideraba parte de la raza asiática, incluyendo a chinos y coreanos? Si la ‘blanca’ Estados Unidos era hostil con las poblaciones no blancas, ¿por qué, apenas unos años más tarde, el gobierno aceptó a las personas niponas confinadas como estadounidenses auténticos y ejemplares? A la inversa, ¿por qué la blanca población germana fue considerada como irrevocablemente foránea, siendo posteriormente deportada por una nación blanca? Más provocativamente, si el programa de confinamiento fue diseñado para perseguir razas, ¿por qué no se arrestó a decenas de miles de personas niponas y otras miles fueron puestas en libertad poco después de su interrogatorio? A pesar de la impresionante colaboración entre quienes estudian la historia del confinamiento, no se ha dado respuesta aún a las interrogantes antes planteadas.

Según medios eruditos, el factor racial desempeñó un papel mucho más axial en el confinamiento de gente nipona que en el caso de la germana o itálica. Por ser una comunidad ‘no blanca’ en una nación ‘blanca’, la gente nipona era racialmente el ‘Otro’, pasible de discriminación, segregación y de ser tomado como chivo expiatorio. La mayoría de las publicaciones discuten el confinamiento con el telón de fondo de chovinismo blanco contra inmigrantes de Asia a quienes los estadounidenses consideraban inferiores e incorregiblemente foráneos. Tras haber arribado al país la mayoría de inmigrantes de Asia después del siglo 19, el gobierno de Estados Unidos consideraba a esa colectividad como huéspedes laborales más bien que estadounidenses. En otras palabras, la gente de Asia era vista como una comunidad aislada, temporal y foránea, sin lealtad verificable hacia Estados Unidos. El público estadounidense asociaba a las personas asiáticas con el despotismo, la obsecuencia, la mentalidad de clan, las suspicacias, el culto al emperador y el exotismo, todo muy propio de Oriente. John Dower ha reconocido que la población estadounidense consideraba que las personas niponas estaban irremediablemente atrapadas en una “jaula ideológica” de lealtad feudal a su patria y al emperador, en vez de alguna lealtad a los Estados Unidos (Dower, 20-21). Debido a que la sociedad estadounidense no podía separar a la inmigración asiática de estereotipos del Oriente, muchas personas de esta sociedad no consideraban a la población asiática idónea para asimilarse a la democracia, al cristianismo y al liberalismo que define la identidad nacional estadounidense (Dickerson, 67).

De acuerdo a las principales investigaciones, estas ‘actitudes anti-niponas históricas’ continuaron casi sin interrupción hasta que se inició el programa de confinamiento (Riley, 20). Abundan las publicaciones que recalcan los permanentes temores de funcionarios gubernamentales respecto del inminente “peligro amarillo” que contaminaría la integridad y seguridad de EEUU. El decreto de Exclusión China de 1882, las cuotas de inmigración y las leyes anti matrimonios mixtos reflejaban la percepción de que la inmigración asiática era gente intrusa que exponía a los EEUU a la injerencia asiática desde adentro (Toye, 40). Aun cuando obtuvieran la ciudadanía, la mayoría de personas asiáticas seguían siendo percibidas como de nacionalidad foránea, no auténticamente estadounidenses. El bombardeo japonés de Pearl Harbor y los ataques de torpedo contra ciudades costeñas fueron considerados estereotipos de la deslealtad asiática. La comunidad nipona, nunca totalmente estadounidense, era sospechada ahora de ser una amenaza directa. Su confinamiento parecía ser el siguiente paso inevitable como resguardo de la seguridad nacional. Para buena parte de la comunidad historiográfica, el legado racista de EEUU permite explicar por qué el gobierno de Estados Unidos le aplicó un trato tan desproporcionado en comparación con la población extranjera europea. En vez de arrestar a las personas niponas individualmente (como en el caso de la etnia germana o itálica), la comunidad japonesa en su conjunto era considerada demasiado peligrosa como para que estuviera en libertad. Por haber nacido con esa filiación étnica, la persona japonesa era de nacionalidad enemiga y tenía simpatías por el emperador y el ejército nipón que ahora amenazaba la supervivencia de los Estados Unidos. Con todo, esta línea de argumentación, aun cuando puede explicar por qué el gobierno de EEUU sospechaba de todas las personas japonesas residentes, no explica plenamente por qué el gobierno decidió confinar a casi la totalidad de esa población. Lo que es más importante, el énfasis que pone la comunidad historiográfica en el racismo estadounidense se contradice con el hecho de que la mayoría de personas japonesas fue puesta en libertad para integrarse a la sociedad después de 1945, como si fueran ciudadanos estadounidenses ejemplares, mientras que las personas ‘germanas’ fueron deportadas por ser ‘inamericanizables’.

En contraste con el caso nipón, la investigación sobre la etnia germana e itálica arriba a muy diferentes conclusiones, argumentando que el racismo desempeñó un papel menor en el confinamiento de ‘nacionalidades enemigas’ europeas. Como se indicó anteriormente, la mayoría de publicaciones presenta a los Estados Unidos como una nación que favorecía la inmigración europea y daba trato preferencial a las minorías de ese continente. Dower reflejó el escepticismo de buena parte del ambiente erudito en el sentido de que casi toda la población japonesa fue castigada pese a que no había evidencia de espionaje, mientras que pocas personas germanas fueron confinadas, a pesar de la existencia de 20.000 afiliaciones a la filo-nazi German American Bund (Liga Germano-Estadounidense). Karen Riley alega que, incluso, se aceptaron afiliados al Bund en las fuerzas armadas de EEUU (Riley, 23). James Dickerson ha llegado al extremo de decir que EEUU tenía pocas razones para castigar a la población germana, ya que ambas partes compartían presuntamente las mismas ideas de una raza blanca superior (Dickerson, 119). El ‘blanquismo’ estadounidense se da por sentado en general, un blanquismo que incorporaba a todas las personas europeas y discriminaba contra ‘no-blancos’, como las personas de ascendencia africana o asiática. Se reconoce de manera muy limitada la amplia discriminación padecida por inmigrantes de filiación germana o itálica en los Estados Unidos, que llegaron en gran número al mismo tiempo que la inmigración desde Asia a finales del siglo 19 y comienzo del siglo 20. Si bien los escritos históricos señalan someramente los estereotipos imperantes en EEUU sobre la gente italiana y germana, la mayoría concluye que la sociedad estadounidense finalmente reconoció que ambos grupos estaban dentro de los parámetros culturales de Estados Unidos. En círculos eruditos se considera mayoritariamente que el ‘blanquismo’ o ‘blancofilia’ estadounidense explica por qué la población germana e italiana fue sometida a confinamiento solo individualmente y con enfoque especial en extranjeros ilegales, mientras que la población japonesa fue erradicada casi por completo.

Si bien el gobierno de EEUU sospechaba de todas las nacionalidades enemigas, la sociedad yanqui podía simpatizar con gente blanca europea más fácilmente que con la japonesa, debido al legado europeo de su país. Muchas publicaciones sobre ítalo-estadounidenses señalan que el gobierno se sentía reacio a deportar a personalidades como Joe DiMaggio o Frank Sinatra por la simple razón de que la gente de ascendencia italiana era parte importante de la vida yanqui. Como prueba del trato preferencial de personas blancas en confinamiento, muchos estudios señalan el hecho de que el gobierno de EEUU decidió poner en libertad a toda la población de ascendencia italiana el ‘Día de Colón’ de 1942, para celebrar el papel integral desempeñado por italo-estadounidenses en la historia de la blanca nación americana (DiStasi, 21). En el mismo sentido, la mayoría de las publicaciones recalcan el hecho de que el sistema político de EEUU dependía fuertemente del voto de inmigrantes de ascendencia germana o itálica, de sindicatos de trabajadores, clubes sociales y grupos de presión política en los estados orientales de Estados Unidos. Estas circunstancias confirman el concepto que se tiene en medios eruditos de que la mayoría de ascendencia italiana y germana era aceptada como parte integral y componente auténtico de la sociedad estadounidense. Esto coadyuva a explicar por qué las personas germanas confinadas fueron recluidas en campos de confinamiento propios construidos para ‘criminales de guerra’, siendo deportadas para 1948. La población nipona confinada, que había sido un objetivo en su conjunto, pudo reincorporarse a la sociedad después de que se confirmara su autenticidad estadounidense mientras se encontraban en campos de reubicación. La gente germana confinada, en cambio, fue recluida individualmente, porque cada una era considerada ‘criminal de guerra’ para la que no había lugar en la sociedad estadounidense.
Como prueba adicional de que no se apuntó a las nacionalidades enemigas europeas sobre bases raciales, un sector de la historiografía señala que se confinaron personas judías junto con germano-estadounidenses. Stephen Fox y John Christgau han señalado que un incierto número de personas judías, como Otto Trott, ex-interno de un campo de concentración nazi, no podían comprender por qué, después de haberse evadido del Tercer Reich, caía sobre sus personas la sospecha de ser simpatizantes nazis, por lo que fueron enviados a campos de confinamiento (Christgau, 60 y Fox 2000, 122). El hecho de que se confinara a personas judías junto con germanas significa que la raza desempeñaba un papel mínimo en buscar objetivos ‘germanos’. En otras palabras, si el gobierno estadounidense apuntaba específicamente a la población germana por razones raciales, no habría excluido (sic!) a otros grupos étnicos o raciales, como las personas judías que huyeron de Alemania. La razón de que se incluyera a muchas personas judías en el programa de confinamiento se debía a que eran consideradas ‘extranjeros ilegales’ de lealtad nacional sin verificar. Al igual que las personas de etnia germana, eran nacionales de un país en guerra con Estados Unidos. Estos factores sugieren que el confinamiento de personas germanas fue inducido mayormente por temor a extranjeros enemigos y sus nacionalidades ambiguas, independientemente de su ascendencia étnica. A diferencia del caso de la población nipona, a quien se puede haber tenido en la mira por razones de raza, el gobierno de EEUU puso su atención en la gente germana por considerarla de nacionalidad peligrosa más bien que por su raza.

Sin embargo, la investigación sobre arrestos en América Latina nos recuerda que el racismo y la exclusión de ‘nacionalidades enemigas’ iban a menudo de la mano, incluyendo a personas europeas. Entre 1939 y 1945, se trasladó por barco desde Centro América y Sudamérica a 4.058 personas germanas y 2.264 japonesas para ser recluidas en campos de internación. La mayoría de ellas fueron deportadas al ser puestas en libertad en 1945. Si el gobierno de EEUU tenía en la mira a la población germana, italiana y japonesa en el exterior, esto implica que la raza importaba más que la nacionalidad, la lengua, la ciudadanía, y la lealtad a Estados Unidos. Fuera de este país, la única manera de poner en la mira a personas era en base a categorías étnicas o raciales, ya que la mayoría de personas de etnia germana o japonesa en América Latina no ostentaban ciudadanía de Japón o del Tercer Reich. La mayoría de los relevamientos históricos sobre América Latina muestran una larga historia de hostilidad interétnica, una situación en la cual las poblaciones autóctonas se sentían despojadas de derechos por la desproporcionada influencia de una élite ‘extranjera’ germana o japonesa. La comunidad nipona de Perú dominaba el setenta y cinco por ciento de la economía nacional, la industria y los mercados agrícolas (Conell, x). Por presiones de Estados Unidos, Perú, Panamá, Chile y Colombia llegaron a estar ansiosos por expulsar a las odiadas razas extranjeras que supuestamente les restaban soberanía. Max Friedman afirma que existía tanto antagonismo racial que el gobierno de EEUU fue capaz de expulsar el treinta por ciento de la población germana de Guatemala, veinticinco de Costa Rica, veinte por ciento de Colombia, y más de la mitad de la población germana de Honduras (Friedman, 3). Por razones aun indeterminadas, la población de etnia germana fue tratada mucho peor en América Latina que en los Estados Unidos, y se arrestó a muchas más personas de ascendencia germana que nipona. El argumento generalmente aceptado por la mayor parte del ambiente erudito en el sentido de que la gente de ascendencia japonesa sufrió desmesuradamente por causa del racismo blanco se contradice por el sufrimiento desproporcionado de las nacionalidades enemigas europeas fuera de los Estados Unidos.

La historiografía nos muestra que no podemos dejar de lado la raza como factor subyacente en el tema del confinamiento. Las categorías raciales le permitieron al gobierno separar las poblaciones según el peligro que representaban para el país. Sin vocablos étnicos, el concepto de nacionalidad enemiga no habría sido posible. Sin embargo, según concuerda la comunidad erudita en general, el tema de raza solo no explica la naturaleza del confinamiento. El gobierno de EEUU siempre manejó el factor raza, junto con otras marcas de diferenciación humana, como son la ciudadanía, la nacionalidad y la autenticidad estadounidense. Como muestra el antes mencionado caso de América Latina, se aplicó de diversas maneras y en contextos específicos la discriminación racial. En realidad, con frecuencia se hacía caso omiso de estereotipos raciales o étnicos cuando éstos eran contrarios a los intereses nacionales estadounidenses. Las nacionalidades enemigas podían convertirse casi de la noche a la mañana en auténticamente estadounidenses, como fue el caso de la población de ascendencia italiana en 1942 y de la japonesa después de 1945. Es de crítica importancia recordar que el programa de confinamiento comenzó se inició en un contexto de guerra total. En la apreciación del gobierno de EEUU, las categorías sociales cedían a los intereses económicos, mano de obra y control político que necesitaba el país para sobrevivir a la guerra. Tenía la misma importancia que la raza, la economía y la geopolítica para determinar la suerte de las nacionalidades enemigas. Por esta razón, esta ponencia pasará a analizar ahora la manera en que el estudio de la historia ha interpretado el papel de la economía en el modo en que se practicó el confinamiento.

La mayoría de eruditos está de acuerdo en que los intereses económicos incidieron en determinar el alcance de la erradicación, las poblaciones que se decidió confinar y si los grupos étnicos señalados eran un objetivo colectivo o se procedía en forma individual. La mayor parte de las publicaciones resaltan el hecho de que el gobierno de EEUU estaba muy preocupado de que el confinamiento fuera demasiado costoso y que requiriera una enorme cantidad de fuerza de trabajo. Durante una guerra total, el gobierno necesitaba cada recurso disponible. Llevar acero a los remotos campamentos de confinación, transportar a numerosas poblaciones, y poner en servicio a soldados estadounidenses ponía en peligro el empeño bélico. El factor raza no era razón suficiente para que el gobierno excluyera a sectores enteros de población, porque sería sencillamente contraproducente para los intereses de EEUU. Se debía excluir a las poblaciones ‘peligrosas’ solo en la medida en que fuera de beneficio para la seguridad nacional estadounidense y la economía de guerra. Este factor contribuye a explicar por qué se procedió de diferente manera en EEUU que en América Latina, por qué la gente de ascendencia italiana fue puesta en libertad en 1942, por qué en Estados Unidos se arrestó a un porcentaje relativamente pequeño de personas germanas o itálicas, y por qué se apuntó tan desparejamente a la población japonesa en el hemisferio occidental.

Muchas publicaciones señalan que las personas de ascendencia japonesa eran sometidas a mucho menor discriminación, interrogatorio y arrestos en Hawaii que en el continente, a pesar de que la invasión japonesa comenzó en las islas hawaianas. Aparte del arresto inicial de personas individuales sospechadas de espionaje, no se construyeron campos de confinamiento en Hawai y casi ninguna persona de ascendencia japonesa residente fue trasladada de las islas a Estados Unidos para su confinamiento en campos de reubicación. Su raza no era motivo suficiente para arrestar a dicha población en masa. Según la mayoría de historiadores, las razones para que el gobierno de EEUU exceptuara a Hawai radican en el papel integral que desempeñaba la población agrícola, pesquera y mercantil de ascendencia japonesa en la economía del Territorio de Hawai. Como se evidencia en este caso, el gobierno decidió permitir que una raza de ‘extranjeros enemigos’ considerada potencialmente subversiva permaneciera en libertad cuando redundaba en beneficio económico de la nación en tiempos de guerra total. Hasta el momento, a la erudición historiográfica le resulta poco claro por qué las consideraciones económicas eran menos aplicables a la población japonesa del continente. La mayor parte de publicaciones reconoce que la población japonesa extranjera y la ciudadanía nipona-estadounidense hicieron una significativa contribución a los mercados pesqueros, agrícolas y empresariales de California, Oregón y Washington. Da la impresión de que desplazar a la población japonesa de la costa del Pacífico tendría efectos muy perjudiciales para la economía de EEUU, de igual manera como en Hawai. Esta contradicción adquiere visos aún más confusos cuando se compara con la población alemana e italiana residente en Estados Unidos, la cual fue escatimada en la misma medida que la japonesa precisamente porque eran de mucha importancia para la economía de EEUU.

En general, las publicaciones sobre la confinamiento de población germana e italiana llegan a la conclusión de que la economía fue la razón principal para que se diera un trato tan diferente a las ‘nacionalidades enemigas’ europeas en comparación con la japonesa. Como en el caso de esta última, el gobierno de EEUU estaba preocupado en cuanto el drenaje financiero y de fuerza de trabajo si se desplazaban grandes poblaciones a campamentos aislados. Este problema era mucho más agudo en el caso de gente italiana y alemana. Mientras que residían solo 126.948 habitantes japoneses en Estados Unidos, había por lo menos 314.105 de ciudadanía alemana y más de 600.000 de ciudadanía italiana, mayormente sobre la costa este (Riley, 173 y Dickerson, 10). La población italiana era, por mucho, el grupo inmigrante más numeroso en los Estados Unidos. Había varios millones de personas de ascendencia germana e italiana con ciudadanía estadounidense. Mudar a un masivo número de personas como este, aun cuando fueran consideradas subversivas, sería sencillamente demasiado costoso. En general, las investigaciones referidas al caso italiano concluyen que la población italiana zafó del trato que se le dio a la población germana y nipona casi solamente debido al costo que insumiría el confinamiento de un masivo número de personas de ciudadanía extranjera. Basándose en el argumento planteado por la mayoría de investigadores de que la población itálica y germana era considerada como parte integral de la nación estadounidense, muchas publicaciones señalan que Estados Unidos dependía de mano de obra italiana y germana para ganar la guerra. Tanto gente italiana como germana (con ciudadanía estadounidense o no), constituían una fuerza vital en la industria automotriz estadounidense, en la pesca de cabotaje y en la industria manufacturera de la región norte de Estados Unidos. Los militares de EEUU dependían de los materiales producidos por nacionalidades potencialmente enemigas en el frente interno. Las consideraciones económicas y la urgencia de la guerra total determinaban que la exclusión racial fuera contraproducente. Por su papel en la guerra en la que estaba empeñado Estados Unidos, resultan ser demasiado importantes para ser erradicadas.

La erudición historiográfica va un poco más allá al argumentar que el sistema político de EEUU dependía de las minorías germana e italiana. Debido al tamaño de las poblaciones germana e itálica, los partidos estadounidenses perderían las elecciones si apoyaran cualquier política de discriminación contra las nacionalidades enemigas europeas. Lawrence DiStasi alega que el partido demócrata necesitaba el respaldo de los sindicatos obreros del noreste de los Estados Unidos, que a menudo estaban dominados por personas de etnia germana o italiana. Stephen Fox y James Dickerson alegaban que el presidente Roosevelt decidió dejar en libertad a la gente confinada de ascendencia italiana principalmente porque no quería perder el apoyo electoral de votantes estadounidenses de etnia itálica al Partido Demócrata (Dickerson, 162 and Fox 1990, 100). Confinar a ‘enemigos extranjeros’ de etnia germana e italiana tendría drásticas consecuencias tanto para la economía de EEUU como también para el sistema político. Su ascendencia racial de por sí no era razón suficiente para erradicar a esa población. Estas avenencias no se aplicaban a la etnia japonesa, porque había mucha menos gente votante japonesa que de etnia germana o italiana. En otras palabras, al gobierno de EEUU le fue posible confinar a personas niponas con menos repercusiones que si hubiera erradicado a gente europea. Con el trasfondo de guerra total, el factor racial pasó a segundo plano después de la economía y la fuerza de trabajo. En el ámbito de la erudición, la importancia de la economía se hace aun más evidente en la erradicación de extranjeros enemigos en América Latina.

Como se mencionó anteriormente, las minorías ejercían influencia desproporcionada en la agricultura, los pequeños negocios y la industria en Perú, Panamá, Brasil, Chile y Argentina. El gobierno de EEUU estaba preocupado de que personas de etnia germana o nipona proveyeran a los países del Eje nexos estratégicos de influencia. Extranjeros enemigos podrían manipular a los gobierno locales para que suscriban acuerdos comerciales que soslayaran las compañías estadounidenses y concedieran trato preferencial a Japón o al Tercer Reich. De la misma manera, EEUU también temía que extranjeros enemigos presionaran a Estados latinoamericanos a que abandonaran su larga cooperación con Estados Unidos y dieran su apoyo a los países del Eje. Esto explica por qué se procedió contra la población de etnia germana en América Latina con más denuedo que en Estados Unidos. A fin de cortar el flujo de recursos materiales al enemigo durante la guerra total, Estados Unidos tenía que ‘neutralizar’ compañías extranjeras que considerase hostiles. Después de 1939, Washington y los gobiernos de América Latina (excluyendo a Brasil y Argentina) acordaron regular firmas y consorcios de las minorías germana y nipona. Las empresas se neutralizaban mediante la nacionalización, bajo control gubernamental, la imposición de cuotas en cargos de decisión reservados a la población nativa y el despido de ejecutivos pertenecientes a esas minorías. Además del deseo estadounidense de expandir su monopolio geopolítico sobre el hemisferio occidental, muchas personas del ambiente historiográfico aducen una razón mucho más nefasta para el programa de erradicación de EEUU. Heidi Donald arguye que, al poner a las empresas bajo control gubernamental y expurgar a los ejecutivos hostiles, los mercados manufactureros y agrícolas de gran parte de América Latina quedaban ahora disponibles para inversores de EEUU y capitalistas especuladores (Donald, 248). En muchos casos, los puestos ejecutivos se ofrecían al mejor postor, permitiendo así a EEUU ejercer dominio directo. El gobierno de EEUU sabía que la erradicación de población germana y japonesa fortalecería la economía estadounidense, protegería la seguridad geopolítica yanqui en el hemisferio occidental, impediría que recursos críticos llegaran al enemigo, y pondría a los gobiernos de América Latina bajo dependencia de la economía estadounidense.

Como se observa en la investigación historiográfica, las prácticas de confinamiento de EEUU deben entenderse como la intersección de consideraciones económicas, políticas y de seguridad. Las categorías raciales le permitieron al gobierno de EEUU separar poblaciones ‘peligrosas’, pero no siempre se especificó por qué razón se confinaba a una población. Las ‘nacionalidades enemigas’ fueron confinadas solo en la medida en que el gobierno pudiera determinar que esa acción beneficiaría a Estados Unidos. Cuando se consideraba que la internación tendría un efecto negativo para el empeño de guerra, la erradicación étnica generalmente no ocurría. En Estados Unidos, erradicar a toda la población germana e italiana en la misma escala que la nipona hubiera afectado la capacidad industrial de EEUU y creado un generalizado desencanto entre estadounidenses de etnia germana o itálica, a quienes se consideraba parte integral de la sociedad, las fuerzas armadas y la economía de Estados Unidos. A la inversa, se pusieron en la mira a muchas más personas de ascendencia germana que japonesa porque era de mayor beneficio para el monopolio yanqui sobre el hemisferio occidental. Considerando que las categorías raciales eran tan flexibles, se aplicaban de manera distinta en diferentes contextos e incluso se dejaban de lado a favor de la conveniencia política, el factor raza por sí solo no explica plenamente por qué se puso la mira en gente de ascendencia germana, nipona e italiana para empezar. Aparte de ser descendientes de países del Eje en guerra con EEUU, hay un factor crítico que une a los tres grupos: el gobierno de Estados Unidos los percibía como ‘extranjeros enemigos’ anti-estadounidenses. La última sección del presente escrito analiza el argumento, aceptado por la generalidad en el ambiente historiográfico, de que el confinamiento fue producto tanto de la ‘autoctonofilia’ estadounidense como de un sistema de discriminación racial.

Si comparamos los tres grupos que fueron objeto de erradicación, se pone en evidencia que el confinamiento tenía el propósito de proteger a la sociedad estadounidense ‘auténtica’ del peligro de extranjeros que no cuadraran dentro las fronteras de esta nación. La mayoría de publicaciones pintan la década de 1940 como una época de patriotismo explosivo, en la cual tanto el gobierno de EEUU como el reclamo de la gente exigía ‘ciento por ciento de lealtad estadounidense’. Tratándose de un momento de guerra total, estaba en juego la propia supervivencia de Estados Unidos. A fin de proteger al país, era necesario reforzar los límites entre quienes calificaban como parte de la sociedad estadounidense y quiénes no calificaban. Las personas extranjeras residentes, cualquiera fuera su raza o el color de su piel, quedaban irrevocablemente fuera de la sociedad estadounidense. Su falta de ciudadanía, significaba por definición que su identidad cultural y sus lealtades políticas radicaban en otras naciones y no en EEUU. Era imposible determinar sus motivos para residir en Estados Unidos. Muchos historiadores señalan que los extranjeros italianos raramente solicitaban la ciudadanía estadounidense porque abrigaban la esperanza de mantenerse leales, tanto a Estados Unidos como a Italia. De manera parecida, la mayoría de personas niponas no solicitaron ciudadanía antes de su confinamiento. Y en los ojos del gobierno de EEUU, su no participación activa en la sociedad civil estadounidense significaba que esos extranjeros no eran auténticos estadounidenses. La doble nacionalidad e identidades múltiples se consideraban una contradicción de términos. Una persona residente en EEUU era, o un estadounidense leal, o un extranjero potencialmente peligroso. Después de estallar la guerra total, las personas extranjeras de ascendencia germana, italiana y japonesa eran redefinidas como nacionalidades enemigas. A fin de proteger la seguridad nacional estadounidense, el gobierno consideraba un medio de auto-preservación apuntar a personas extranjeras que residían en el país sin hacer demostración de lealtad a Estados Unidos desplegando una ciudadanía o naturalización activa. Fue la ‘extranjeridad’ y la falta de ‘estadounidismo’ de extranjeros enemigos, más bien que la ascendencia racial, lo que hizo pasible a esa gente de confinamiento.

El impulso a proteger a Estados Unidos de extranjeros enemigos contribuye a explicar por qué el gobierno decidió confinar ciertas poblaciones como lo hizo. Mientras que EEUU aceptaba a las personas germanas e italianas de ciudadanía estadounidense que demostraran estar fuertemente asimiladas a la identidad nacional estadounidense, el gobierno puso su mira en casi todos los germanos e italianos para ser investigados, arrestados y posiblemente confinados o expulsados. Su raza por sí sola no justificaba su confinamiento, aunque sí su falta de ciudadanía. Cuando se compara la cantidad de personas alemanas confinadas (10.905) con el número de personas germanas de ciudadanía extranjera (314.105), es evidente que el gobierno de EEUU estaba más preocupado por pacificar las poblaciones ‘no estadounidenses’ con identidades nacionales ambiguas que en erradicar razas peligrosas (Krammer, ix y Riley, 173). La ‘autoctonofilia’ también ayuda a explicar por que judíos fugados del Tercer Reich fueron confinados junto con gente germana extranjera. Lo que le importaba al gobierno de EEUU no eran las identidades raciales de las personas germanas confinadas, sino el hecho de que tanto judíos como germanos eran extranjeros sin ciudadanía estadounidense, integrantes de nacionalidades enemigas sin servicio verificable a favor de EEUU. En cuanto a la población italiana, el grupo inmigratorio más numeroso en Estados Unidos, la situación era similar. Casi nunca se erradicó a personas ítalo-estadounidenses que demostraran responsabilidad cívica como ciudadanos estadounidenses. Sin embargo, la mayoría de las publicaciones, señalan que el gobierno de EEUU arrestó o mantuvo bajo vigilancia a más de 600.000 personas de ascendencia italiana extranjeras que residían en Estados Unidos. Fue la tendencia de más del 42 por ciento de extranjeros italianos de no procurar su ciudadanía estadounidense lo que les hizo pasibles de confinamiento, y no su etnicidad por sí misma (Fox, 1990, 8).

El caso de la población nipona fue muy distinta. A diferencia de la gente germana e italiana, por lo menos el setenta por cierto de personas japonesas confinadas no eran extranjeras, contaban con ciudadanía estadounidense. Sin embargo, no se puede sacar la conclusión de que la población nipona fuera indiciada indiscriminadamente, como producto de una actitud discriminatoria de la población blanca estadounidense contra la asiática. De las 120.000 personas japonesas en confinamiento, el setenta por ciento (aproximadamente 84.000) tenía ciudadanía estadounidense. Sin embargo, muchos estudios sobre los campos de internación indican que más de 42.000 infantes fueron erradicados junto con sus padres (Dickerson, 139). Ya que la niñez nacida en Estados Unidos era automáticamente ciudadana, significa que solo unas 42.000 de las 126.948 personas de ascendencia nipona en Estados Unidos eran adultos naturalizados. Dicho de otra manera, la mayoría de personas niponas adultas eran extranjeras. En comparación con la población germano-estadounidense y la ítalo-estadounidense, el gobierno de EEUU tenía mucho menos evidencia para aceptar la comunidad japonesa dentro de los límites de la identidad nacional estadounidense. Era mucho más fácil para el gobierno considerar a la población japonesa en general como una comunidad foránea en comparación con las millones de personas de etnia germana e italiana que ya estaban integradas en la sociedad estadounidense. En momentos de guerra total, la ambigüedad de su identidad japonesa las constituía en un riesgo para la seguridad que podría minar a Estados Unidos. El programa de internación estaba diseñado para corregir ese problema separando a auténticos estadounidenses de extranjeros que no procuraban activamente la consecución de ciudadanía estadounidense.

Sin embargo, a las personas japonesas se les daba la oportunidad de llegar a ser auténticos estadounidenses, cosa que no se ofrecía a las extranjeras de ascendencia germana e italiana. La mayor parte de eruditos alegan que los extranjeros japoneses eran leales tanto a Estados Unidos como al emperador Shōwa. En contraste, una parte significativa de extranjeros germanos eran hostiles, adhiriendo muchos de ellos a organizaciones nacionalistas radicales como la Liga (Bund) Germano-Americana. Por esta razón, mientras la mayoría de germanos extranjeros fueron deportados, a la mayoría de japoneses se les dio la oportunidad de ser ‘verificados’ y ‘nutridos’ para ser auténticos ciudadanos estadounidenses. Era prerrogativa de las personas confinadas demostrar su condición de auténticos estadounidenses antes de ser puestos en libertad para integrarse a la sociedad norteamericana en 1945. En este sentido, la población japonesa pasó de estar fuera de las fronteras de la sociedad estadounidense a ser incluida como parte de la comunidad nacional. Mediante el proceso de internación, el gobierno determinó en última instancia quién calificaba como estadounidense y quién merecía la exclusión de la sociedad nacional. Recluida detrás de alambres de púas, la población nipona superó su estatus de nacionalidad enemiga y devino en genuina ciudadanía estadounidense.

Tal como se desprende del cotejo de fuentes eruditas actuales analizadas para esta ponencia, el confinamiento aplicado por EEUU fue producto de una interacción recíproca dinámica entre racismo, economía de guerra, geopolítica, seguridad nacional y autoctonofilia estadounidense. Los confinamientos no se pueden reducir a una sola causalidad. Cada causa dependía y reforzaba a las otras. En verdad, hubo ideas de racismo y etnicidad en cada escenario, desempeñando un papel esencial en el proceso de confinamiento. Sin un lenguaje de diferenciación humana, el gobierno de EEUU no habría podido clasificar a ciertas poblaciones como ‘nacionalidades enemigas’ y orquestar su desplazamiento. Sin el concepto de que toda persona nace con una nacionalidad específica, cualquiera sea su ciudadanía, la población italiana, germana y japonesa, no habrían podido ser cómplices de las acciones de las potencias del Eje. Sus vinculaciones ancestrales con Estados en guerra con EEUU habrían sido irrelevantes y no habrían sido razón suficiente para su erradicación. Sin embargo, se impone proceder con cuidado y no sobredimensionar el factor raza y etnicidad como motivo para los confinamientos. Las amenazas raciales fueron solo una preocupación de Estados Unidos, junto con las cuestiones más apremiantes de la guerra total. El factor racial se utilizó de manera diferente según el contexto, tiempo y lugar específicos. Estados Unidos invocó categorías raciales cuando éstas le facilitaban poder erradicar amenazas a la seguridad nacional y cuando fortalecían la posición geopolítica de este país. Cuando EEUU no pudo identificar específicamente a poblaciones germanas hostiles en América Latina en base a su ciudadanía o nacionalidad, como sí se pudo hacer en EEUU, se tuvo que basar en el factor racial para individualizar y desplazar a nacionalidades enemigas. En cambio, Estados Unidos dejó de lado por completo los estereotipos raciales cuando éstos estorbaban el empeño bélico. Ya que Estados Unidos necesitaba todos los recursos materiales para el esfuerzo bélico, el gobierno permitió a casi todas las personas japonesas permanecer en Hawai, a casi toda la población italiana trabajar libremente en fábricas y a decenas de miles de personas germanas a quedarse para mantener funcionando la industria pesada que requerían los militares. Durante una guerra total, se dependía de consideraciones económicas tanto como de las diferencias raciales. Por estas razones, los confinamientos no deben verse como simplemente un sistema de persecución racista. En vez de eso, los confinamientos eran una estrategia para asegurarse la integridad nacional, perfilar la acción bélica y verificar si la población extranjera poseía o no las credenciales para participar en la sociedad estadounidense. La guerra total exigía que el gobierno de EEUU reafirmara los límites entre estadounidenses auténticos y las nacionalidades extranjeras de lealtades ambiguas. El programa de confinamiento era una contingencia temporal diseñada para aislar amenazas a la seguridad nacional en recintos controlados mientras que el gobierno determinaba quiénes calificaban para la ciudadanía estadounidense.

A pesar de una estupenda colaboración entre quienes investigan la historia de los confinamientos, quedan muchos interrogantes sin contestar que requieren mayor examen. La investigación histórica tiene que determinar todavía por qué el gobierno de EEUU consideraba a la mayoría de la población japonesa confinada como ciudadanos estadounidenses ejemplares después de que fueran puestos en libertad, mientras que la mayoría de la población germana e italiana confinada fue deportada. ¿Por qué las personas confinadas europeas fueron consideradas irrevocablemente foráneas en una sociedad que supuestamente daba trato preferencial a la gente europea en detrimento de personas no blancas? También es incierto por qué las personas de ascendencia germana confinadas permanecieron tras alambradas de púas bajo vigilancia hasta 1948 antes de ser desterradas, tres años después de que la mayoría de la población japonesa había sido puesta en libertad como genuinamente estadounidense digna de recibir la ciudadanía. No hay virtualmente ningún análisis en la investigación histórica sobre la extendida discriminación en la sociedad estadounidense contra inmigrantes alemanes e italianos. La mayoría de historiadores dan por sentado el ‘blanquismo’ del gobierno de EEUU, argumentando que la población japonesa sufrió desproporcionadamente como ‘el otro’ no blanco en un país de raza blanca. ¿De qué manera modifica este supuesto nuestra comprensión del confinamiento de población italiana y germana? ¿Hemos de desestimar actitudes racistas estadounidenses contra la población germana e italiana, ya que tuvieron poco impacto en la manera como la población europea había sido puesta en la mira? ¿Podrían realmente haber ocurrido los confinamientos sin el factor racismo? Si la población europea fue confinada sin que el racismo fuera un factor de alguna relevancia, esto podría insinuar que los historiadores están poniendo demasiado peso en el factor racismo como motivo para el confinamiento de gente japonesa. Hay otros interrogantes que quedan pendientes. En cuanto al tema de la seguridad nacional, no está claro por qué el gobierno de EEUU no puso la mira en gente búlgara, croata, eslovaca, rumana y húngara que vive en Estados Unidos, a pesar de su estrecho asocio con el Tercer Reich. Si el programa de confinamientos fue diseñado para eliminar el riesgo de sabotaje quintacolumnista, ¿por qué no se incluyó a otras minorías europeas? En la misma línea, ¿por qué no se persiguió a la gente tailandesa estadounidense por su alianza con Japón, a pesar de que el gobierno de EEUU la ubicaba en el mismo grupo étnico? Finalmente, con referencia a los factores económicos que sustentan los confinamientos, se acepta ampliamente en el ámbito de la erudición que el confinamiento de germanos e italianos fue limitado debido a la pujante función que desempeñaban en la economía estadounidense. ¿Por qué, entonces, las importantes contribuciones japonesas al comercio, la pesca, la manufactura y la agricultura estadounidense no libraron a la población japonesa en la costa del Pacífico de ser enviada a campos de confinamiento, a semejanza de lo que se hizo en Hawai? Si se investigaran estas dimensiones en perspectiva comparativa, tal vez se pueda obtener una comprensión más clara de por qué el gobierno de EEUU consideró necesario individualizar a poblaciones para su desplazamiento formal a campos de reubicación, como medida básica de seguridad nacional en tiempos de guerra total.

 

 

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